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Ver, juzgar y actuar

9 de junio de 2021
Imagen:
Blue Radio
La situación actual de Colombia está más que diagnosticada y de alguna manera aprovechada por propios y extraños

para sacar sus propios frutos. Sin embargo, hay que precisar muchos elementos para que la crisis se convierta en oportunidad real de cambio y progreso.

En la Iglesia es muy conocida la metodología del ver, juzgar y actuar. Cabe perfectamente repetirla para que en todas las instancias nacionales de decisión se proceda con agilidad a dar estos tres pasos y realmente aportar al bienestar de las personas y de la comunidad colombiana.

Por lo que se percibe, hay una gran dificultad para escuchar, una enorme incapacidad de permitir que el otro termine de exponer sus ideas y una tendencia un poco enfermiza de todos a amenazar con la violencia siempre que no se aceptan a ciegas las ideas propias sin siquiera alguna observación. Todo esto hace más imperativo el esfuerzo de solucionar racionalmente problemas y diferencias.

Cuando se trata de ver la realidad nacional se descubre una tendencia a omitir muchos de sus campos. El levantamiento social, por ejemplo, ha permitido ver con más claridad la situación de muchos jóvenes que no encuentran esperanza en el ambiente que los rodea, por falta de estudio, de empleo, por precariedad económica. Pero son innumerables los sectores de la sociedad colombiana que se sienten invisibilizados y que por lo mismo no gozan de una ruta clara para progresar, para salir de sus limitaciones agobiantes y para convertirse en parte viva de la comunidad nacional.

El esfuerzo de ver la totalidad de la nación es un reto para todos, no solo para unos. Mientras no exista una conciencia nacional de todos los que conforman la sociedad colombiana, cada sector, cada región, cada gremio, no harán sino luchar por sus minúsculos intereses. De la mejor manera posible se hace urgente que cada colombiano mire a su alrededor y viendo a los demás, adquiera una visión proporcionada de su propia realidad.

Puestas las cartas sobre la mesa de toda la realidad colombiana, se impone el hacer un juicio de valor de sus componentes. Sin duda alguna, unos son valiosos y otros deben desaparecer de nuestra patria. Y nadie debería sentirse exento de esta valoración. De vez en cuando se escuchan voces absolutamente rígidas que no permiten ninguna mirada crítica sobre sus propuestas, sobre sus análisis, sobre sus valoraciones y así es imposible ningún consenso.

Es necesario en ese juicio reconocer con claridad las fortalezas de la nación, de sus comunidades y sus culturas, de sus gentes y sus aspiraciones, del aparato productivo nacional, del sector educativo y de la salud y de los demás que son vitales e imprescindibles y fortalecerlos debidamente para beneficio de todos. Y, al mismo tiempo, es igual de urgente reconocer lo que al país le quita energía, recursos, posibilidades de desarrollo y dejar todo esto de lado. Sobre Colombia pesan muchas realidades que no son más que una carga inútil y obstaculizadora de su progreso.

Y, al final, hay que tomar decisiones. Y aquí es donde nuestra idiosincrasia no parece ayudar mucho. Diálogos eternos, papeles, documentos, estudios, libros, tratados, asambleas deliberantes, consignas, pancartas, etc, ahogan con frecuencia el quehacer de la clase dirigente en todas sus instancias. Existe una tendencia a volverlo todo papel y lápiz, mas no obras y proyectos de mejoramiento de la vida de las personas. Y estas decisiones de acción deberían ser pocas y fuertes. Capaces de tocar a la mayoría de los ciudadanos y no solo a pocas personas que ya conocen muy bien cómo arrodillar al Estado y a la comunidad general.

A Colombia le hace falta que el Estado nacional y local, que el estamento productivo y educativo, que los servicios sociales, se focalicen en unas pocas acciones certeras y eficaces que solucionen problemas reales de la gente. Lo demás no tiene ningún sentido y sí alarga la agonía de la nación. Desde la Iglesia se puede motivar con fuerza a todas las instancias de la nación a actuar con prontitud e inteligencia para que por fin empecemos a solucionar los problemas que llevan décadas acumulándose como una bomba de tiempo que parece estar cerca del punto de explosión.

 

 

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
Fuente:
OAC
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