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Sucesión episcopal

28 de abril de 2020

Al nuevo arzobispo nombrado, señor Rueda Aparicio, lo espera una Arquidiócesis donde la figura del obispo goza del mayor aprecio y respeto. No solo por obvias razones de…

El Santo Padre ha tomado dos determinaciones con respecto a la Arquidiócesis de Bogotá. En primer lugar, ha aceptado la renuncia presentada por el Cardenal Rubén Salazar Gómez como arzobispo de la sede primada de Colombia. En segundo lugar, ha nombrado al arzobispo Luis José Rueda Aparicio, como nuevo pastor de la Arquidiócesis de Bogotá. Con estas dos determinaciones el Santo Padre cumple solícitamente con el deber de proveer pastores a la grey de Cristo y también con el deber de justicia de dar descanso a quien ya por más de 50 años ha entregado su vida de lleno al servicio del Evangelio y de la Iglesia. De esta manera la iglesia de Bogotá continúa su marcha hacia el Reino de Dios bajo el cuidado de pastores diligentes.

Aunque más adelante habrá oportunidad de hacer balances en todo sentido, está más que claro que la presencia del cardenal Rubén Salazar en la arquidiócesis de Bogotá, como su pastor propio en los últimos diez años, fue, sin la menor duda, una verdadera bendición para esta iglesia particular. La sede primada es por todo concepto la más importante de Colombia. Es un punto de referencia para las demás iglesias particulares y lo es su Arzobispo para los demás prelados de la nación. El arzobispo de Bogotá encabeza una iglesia grande, muy activa, sede de importantes instituciones académicas universitarias católicas, lo mismo que del Celam y la Conferencia Episcopal. Todo esto estuvo presente en la mente pastoral del cardenal Salazar y durante su pontificado siempre se tuvo la buena sensación de que la cabeza sabía muy bien hacia dónde conducía el pueblo a él confiado. El cardenal Rubén Salazar es merecedor del aplauso de todos y de la recompensa de Dios. Su descanso es más que merecido.

Al nuevo arzobispo nombrado, señor Rueda Aparicio, lo espera una Arquidiócesis donde la figura del obispo goza del mayor aprecio y respeto. No solo por obvias razones de fe, sino porque en más de cuatro siglos de historia la sede metropolitana de Bogotá ha sido ocupada por verdaderos varones ilustres en lo que a Dios y a la Iglesia se refiere, incluyendo santos y mártires. Esto ha contribuido a que se tenga muy en claro el valor de la figura del obispo, su misión y cómo debe ser la relación de todos con él. Cuenta el arzobispo de Bogotá con un clero dedicado y culto, sencillo y trabajador, moderno y afable. También con una estructura arquidiocesana muy robusta, en lo pastoral y en lo administrativo, y que está lista para apoyarlo en la inaplazable tarea de la nueva evangelización de la ciudad-región, como hablan ahora los pastoralistas. Será acogido muy bien y muy amablemente en la arquidiócesis de Bogotá para que ejerza a fondo su ministerio episcopal.

La Providencia divina ha querido que el nuevo prelado llegue a la ciudad capital en medio de varios acontecimientos que estarán marcando la marcha de la Iglesia hacia el futuro. El primero, un plan de evangelización muy adelantado en su diseño e implementación, que debe ser la fuente de poder misionero para la Arquidiócesis en adelante. El segundo, el nuevo gobierno de Bogotá, marcado por un desprendimiento de las viejas formas de hacer política, pero que debe demostrar sus bondades a toda la ciudadanía, y que en todo caso también en su relación con la Iglesia se mueve con otros códigos. Y la crisis generada por la pandemia y la cuarentena, situaciones ambas que están poniendo a prueba a todas las personas e instituciones a todo nivel, Iglesia incluida. Podría decirse, entonces, que el arzobispo Rueda Aparicio, llegará en un momento de transformación y cambio. Con la ayuda de Dios sabrá iluminar, animar y consolidar al pueblo de Dios peregrino en Bogotá.

 

 

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