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Semana Santa de puertas para adentro

16 de marzo de 2021
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Desde la fe
Nada se opone para que los bautizados celebren los grandes misterios de la fe, tanto en sus parroquias como en sus hogares

Como ya es de conocimiento de la Iglesia en Bogotá, el señor arzobispo Luis José Rueda Aparicio, en coordinación con la alcaldía de Bogotá, ha pedido que la celebración de las ceremonias de la Semana Santa próxima sea realizada sobre todo dentro de los templos, de manera que pueda manejarse ordenadamente el aforo y evitar aglomeraciones de personas. Se ha ordenado que no se realicen procesiones, ni el Viacrucis con participación de los fieles, que no se haga el lavatorio de los pies ni el monumento al Santísimo Sacramento. Será, entonces, una semana Santa con algunas restricciones en lo litúrgico, pero nada se opone para que los bautizados celebren los grandes misterios de la fe, tanto en sus parroquias como en sus hogares. Respecto del año pasado hay ganancia pues no se debe olvidar que en el 2020 no hubo celebraciones para los fieles de la Iglesia, sino únicamente transmisiones a distancia de las liturgias hechas en solitario por los sacerdotes.

Las restricciones a las liturgias de la Iglesia no dejan de causar pesar y eso es innegable. Pero, como les ha correspondido a todas las personas y actividades de la sociedad, no hay más remedio que asumir la situación pandémica actual y adaptarse con alegría y también con cierta creatividad. Quizás en las celebraciones que se lleven a cabo en los templos, los ministros sagrados están llamados a realizarlas todavía con más cuidado y detalle que de costumbre. Será importante destacar los signos de cada uno de los días santos para que, junto con la palabra de la liturgia, la fe siga teniendo allí un espacio de celebración y profundización muy fuerte y significativo. Esto también teniendo en cuenta que habrá un gran número de transmisiones y que de esta forma se podrá llegar a muchas más personas de las que cabrían en los templos en tiempos de normalidad y aún en las mismas manifestaciones tradicionales como las procesiones, el Viacrucis, la adoración del Jueves Santo. De hecho, no son pocas las personas que, participando de las transmisiones hechas por la Iglesia el año pasado, a través de canales y redes sociales, reconocieron que pudieron escuchar mejor, atender con más cuidado, ver con más detalle cada ceremonia.

Y como se ha dicho desde el comienzo de la pandemia y las cuarentenas estrictas, si los templos se han cerrado, seguramente se han abierto muchas iglesias domésticas en los hogares. Una de las ganancias que quisiéramos recoger en este tiempo de desierto que ha tenido también la Iglesia, es el crecimiento o el despertar de los bautizados en la conciencia de asumir de lleno su fe y aprender a celebrarla en otros contextos diferentes al templo. Esto tiene un valor muy grande pues ayuda a que los laicos de la Iglesia comprendan, cada vez más y con mayor claridad, que hay un componente de responsabilidad personal imprescindible en la vivencia y celebración de la fe que se profesa. Pensar en familias u otros grupos no muy numerosos de personas reunidas para leer la Palabra de Dios, para escudriñar los signos litúrgicos y los de los tiempos, para reflexionar sobre las consecuencias de la obra de Jesús en sus vidas, para orar, llena de alegría el sentido de Iglesia y la voluntad decidida de no apartarse de Dios ni aún en tiempos complejos como los actuales.

La situación no es menos retadora para los obispos, los sacerdotes y los diáconos. Su alegría deriva en muchas ocasiones de la respuesta multitudinaria que suelen dar los fieles a sus celebraciones litúrgicas. Pero la carencia de multitudes también es ocasión de unas liturgias más pausadas, ordenadas, de mejor escucha, de mayor reflexión, de una predicación más amplia y profunda. Como ya se ha dado en buena medida, la pandemia y sus limitaciones, siguen siendo un inmejorable motivo para hacer uso de todos los medios de comunicación que hoy ofrece la tecnología para llevar la palabra y los signos a un mundo de personas sin límites de ninguna clase. Y esto ya se ha podido constatar por todas partes. Como los tiempos no son normales, sino bastante irregulares, se impone también una apertura de mente para adaptar la Iglesia, sus liturgias, sus normas litúrgicas, a la situación concreta actual. No se debe olvidar que la estructura que sostiene a la Iglesia en su diario vivir hasta antes de la pandemia ha sido para tiempos sin mayores problemas. Hoy los hay y muchos. Que nadie tema a los cambios hechos con sabiduría, con libertad, con sabor teológico, pero sobre todo con el fin de seguir llevando los bienes de la salvación a todos. Hay que salvar las personas, no solo las normas, las tradiciones y las rúbricas.

Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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