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Estructuras eclesiásticas y crisis

5 de mayo de 2020

Adelgazarse siempre es bueno para la salud. Y en crisis, o en desierto como hablan los espirituales, las instituciones pueden aprovechar para tener una cintura más…

Como a todas las instituciones, a la Iglesia, la pandemia y su respectiva cuarentena le han planteado enormes interrogantes acerca de su modo habitual de funcionar. Y lo hacen porque la crisis obliga, necesariamente, a preguntarse qué se requiere esencialmente para llevar a cabo la misión específica de la Iglesia que no es otra que evangelizar. La vida de la Iglesia palpita en las parroquias y es hacia ellas hacia donde se requiere poner todo el énfasis para que continúe sin mayor interrupción la misión de anuncio del Evangelio. No debería el estamento eclesiástico, y más específicamente el del clero, perderse en discusiones bizantinas sobre otros modos permanentes de ser Iglesia. Lo que ha perdurado, lo que permanece, lo que está realmente al alcance de la gente es su realidad parroquial. Quizás ahora estas instituciones deban añadir a su tarea cuotidiana el trabajo a través de las redes sociales y medios de comunicación masiva. Pero esa célula vital del pueblo de Dios es la que hay que fortalecer y conservar en estos tiempos.

Dicho lo anterior, se debe evaluar la pertinencia de otras estructuras que quizás no se requieran tanto como a veces parece y que en cambio sí exigen cuantiosos recursos para su sostenimiento, recursos que en buena parte provienen de las parroquias … que son las realizan la misión esencial. La crisis actual lanza la pregunta sobre dónde utilizar los recursos limitados que se tienen, tanto a nivel de personal como de tipo económico. En una Arquidiócesis como la de Bogotá, vale la pena reflexionar si en verdad es necesario contar con las estructuras vicariales como hoy funcionan – y quizás otras estructuras-, con muchísimo personal, con edificaciones grandes, con costos de mantenimiento que ellas producen en mínima parte y sobre unos lotes de terreno que tienen un valor muy alto. Se podría pensar en distribuir algunas de sus funciones en parroquias, coordinadas desde la Curia central y, eso sí, con unos vicarios que realicen un enlace de comunión entre presbíteros y el señor arzobispo, pero que bien se podrían desempeñar también como párrocos.

Adelgazarse siempre es bueno para la salud. Y en crisis, o en desierto como hablan los espirituales, las instituciones pueden aprovechar para tener una cintura más acorde con las realidades que se viven. Y las de hoy son difíciles y exigen creatividad y agilidad. Una estructura, entre menos abultada sea, con mayor rapidez puede adaptarse al cambio que se impone irremediablemente. Ya son muchas las empresas e instituciones que están descubriendo ahora que pueden funcionar muy bien y hasta mejor que antes, como lo están haciendo hoy. Y lo realizan potenciando la comunicación a través de la red y con todos los recursos que en ella se encuentran para bien del buen usuario. Y si las personas se tienen que desplazar menos para unas reuniones cuyos frutos no siempre son tan claros, pues ahí hay ganancia. La movilidad en Bogotá hoy debe ser el primer factor por analizar a la hora de cualquiera planeación. Y para salvar este enorme obstáculo la conectividad por internet es como magia que resuelve en buena parte un gran problema.

Si el nuevo paradigma de la Iglesia, también la que peregrina en Bogotá, es la salida, no tiene sentido conservar inmensas estructuras que impiden salir pues siempre hay que estar instalados allí. Y los recursos humanos, materiales y económicos, deberían enfocarse del todo para que eso sea posible, salir a la misión. Dentro de un nuevo modelo de funcionamiento cabría fortalecer las estructuras locales, como, por ejemplo, los arciprestazgos y la figura del arcipreste, y actividades como el crecimiento en la evangelización a través de las redes, aunque como complemento del trabajo personal y comunitario, que nunca debe desaparecer de la vida de la Iglesia. De lo que se trata, al fin de cuentas, es de llevar a que las personas se encuentren con Cristo. Bien valdría la pena que a la llegada del nuevo arzobispo de Bogotá se planteen temas de este tenor pues las cosas tardarán mucho en volver a ser como siempre y lo de siempre, hace rato, está dando signos de agotamiento y quizás sea insostenible. Dios hizo brotar agua en el desierto y su pueblo siguió vivo y con esperanza. Pandemia y cuarentena podrían ser el desierto de hoy que nos obliga a buscar el agua que sí quita la sed, la persona misma de Jesús, y abandonar lo que no contribuye claramente a ese propósito.

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