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Navío de negros ha venido

9 de septiembre de 2019

Una tarde cualquiera de 1636 ancló en el puerto de Cartagena de Indias un galeón que dos meses antes había partido de la costa norte de África. Pronto corrió por toda la…

Se calcula que entre los siglos XV y XIX fueron víctimas del tráfico esclavista quince millones de seres humanos. Los europeos —primero los portugueses, después los españoles y más tarde holandeses, británicos y franceses— hicieron del África un mercado en el cual obtenían hombres, mujeres y niños a cambio de telas, armas, pólvora, aguardiente, piezas de abalorio y objetos de metal. Los barcos negreros bordeaban las costas africanas para recoger, aquí y allá, madera de ébano que luego transportaban a los puertos de América. Una vez llegados a su destino, los esclavos eran vendidos en subasta pública y pasaban a servir a sus amos como domésticos, obreros, trabajadores agrícolas o peones en las minas.

Durante el siglo XVII Cartagena de Indias fue uno de los emporios de la trata de personas. Ya en los primeros años de aquel siglo no bajaba de tres mil el número de esclavos que anualmente descendían de los galeones al desembarcadero situado junto a la fortaleza de Pastelillo. Llegaban, según lo anotó el padre Alonso de Sandoval —primer jesuita que en la ciudad trabajó en la evangelización de los africanos— de los ríos de Guinea y puertos de su tierra firme, de la isla de Cabo Verde, de la isla de Santo Tomé y del puerto de Loanda o Angola, y (...) de los recónditos y apartados reinos así de la Etiopía occidental como la oriental. 

Aquella tarde de 1636 una barquita se arrimó al buque negrero. En ella venían dos religiosos de la Compañía de Jesús —así se identificaron ante el patrón— y tres negros de los llamados lenguaraces (que servían como intérpretes) que vestían camisas de lienzo y calzones de manta. La embarcación estaba cargada con varios cestones de mimbre, repletos de frutas, bizcochos, dulces y calillas. También traían en ella cantimploras y damajuanas.

Uno de los jesuitas era (lo revelaba el hecho de usar sotana y manteo más cortos que los de su compañero) hermano coadjutor. El otro —a quien sus acompañantes llamaban padre— tenía aspecto de hombre mortificado, y en su rostro flaco y pálido se destacaban la profundidad de los ojos, el afilamiento de la nariz y el espesor de las cejas.   

Una vez obtenida la licencia del capitán subieron al navío los de la barquilla, y guiados por el contramaestre llegaron a la cubierta. Allí aguardaban su traslado a un almacén tres centenares de esclavos que pocas horas antes habían emergido de la cala, en cueros y marcados en el pecho con yerro candente, para ver de nuevo la luz del sol tras ocho semanas de oscuridad. 

Los tres negros llegados con los jesuitas se adelantaron. En angolés, yoruba y otras lenguas africanas dirigieron la palabra a los cautivos para conocer de qué punto del África venían, y pronto se oyó entre la muchedumbre desnuda una voz que daba respuesta a sus preguntas. Al punto uno de los lenguaraces avisó al clérigo de las cejas pobladas:

—Mandingas ** son, padre. 

Entonces se vio al sacerdote abrazar uno por uno a los negros que en la cubierta estaban. Luego, poniéndose en medio del tembloroso grupo, les habló con la ayuda del intérprete.

 —Vengo —dijo— para ser el compañero de todos.

Después de sus palabras de saludo, el padre distribuyó entre los esclavos lo que había traído en la barca. Mientras con ayuda del hermano hacía entrega de aquellos regalos, pidió al traductor que preguntara a los esclavizados quiénes venían enfermos y cuántos niños de pecho se hallaban a bordo. 

 Desde el puente lo observaban el capitán y el médico del galeón.

 —¿Cómo se llama este hombre? —preguntó el doctor, que hacía su primer viaje al Nuevo Reino—. Me asombra verle acudir con tal solicitud a gente tan miserable y ruda. 

 —Es el padre Claver —respondió el capitán—. Desde hace veinte años se ocupa de los esclavos. La gente lo llama el santo.

 Más allá de las murallas seguía oyéndose el anuncio:

 —¡Navío de negros ha venido!

  Texto de mi libro Siluetas para una historia de los derechos humanos (1993).

**    Mandingas eran los negros del Sudán occidental.

 

 

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